Como parte de nuestra continua colaboración con "Un Mundo Inmenso", en esta ocasión, nos sumergimos en esta publicación "¿Siempre cambian las fronteras de Rusia?". Este es nuestro quinto post de colaboración, y estamos emocionados de seguir explorando juntos temas tan interesantes.
¿Siempre cambian las fronteras de Rusia? Una historia geopolítica que no deja de evolucionar
Desde sus orígenes hasta nuestros días, las fronteras de Rusia han sido todo menos estáticas. En constante expansión, retracción y redefinición, el mapa ruso refleja las ambiciones, los fracasos y los momentos decisivos de una potencia que ha desafiado los límites geográficos y políticos durante más de mil años. Este vaivén territorial no solo responde a factores bélicos o políticos, sino también a intereses económicos, simbólicos y estratégicos profundamente arraigados.
En este artículo, exploramos cómo Rusia ha transformado sus fronteras desde la Rus de Kiev hasta la Federación actual, pasando por el Imperio zarista y la Unión Soviética. Un recorrido por la historia que nos ayuda a entender por qué la geopolítica rusa sigue siendo uno de los temas más cruciales para los negocios, las relaciones internacionales y la seguridad global.
El inicio: de la Rus de Kiev al Principado de Moscú
La historia territorial rusa comienza con la Rus de Kiev, una federación de pueblos eslavos establecida en el año 882. En su apogeo, en el siglo XI, ocupaba un área de aproximadamente 1.3 millones de kilómetros cuadrados, una extensión similar a la del actual Perú. Este estado medieval es considerado por los rusos, ucranianos y bielorrusos como el origen común de sus identidades nacionales.
La fragmentación interna y las invasiones mongolas en el siglo XIII disolvieron esta primera entidad estatal. Sin embargo, la semilla del poder ruso germinó en una ciudad que por entonces era apenas un bastión fortificado: Moscú. Durante los siglos XIV y XV, el Principado de Moscú comenzó una expansión que sentó las bases del Estado ruso moderno.
El Zarato y el salto hacia el este
Con Iván IV “el Terrible” al frente, el Principado de Moscú se transforma en el Zarato Ruso en 1547. Bajo este nuevo régimen, Rusia comenzó su expansión hacia el este, conquistando los kanatos de Kazán y Astracán. Esto le dio acceso a los ricos valles del Volga y a las costas del mar Caspio.
La clave de esta expansión fue la conquista de Siberia, un proceso que avanzó con sorprendente rapidez durante los siglos XVII y XVIII. En menos de 70 años, exploradores y cosacos rusos cruzaron los montes Urales y llegaron al océano Pacífico en 1639. El vacío demográfico y la escasa resistencia local facilitaron la anexión de estos vastos y fríos territorios, que más tarde se revelarían estratégicamente valiosos por sus recursos naturales, como el gas y el petróleo.
Nace el Imperio Ruso
Con Pedro el Grande, el Estado ruso se transforma en el Imperio Ruso en 1721. Este momento marca una etapa de consolidación interna y expansión hacia Europa. Tras derrotar a Suecia, Rusia ganó acceso al mar Báltico y fundó San Petersburgo, una nueva capital orientada hacia Occidente.
A lo largo del siglo XVIII, el imperio se extendió sobre territorios que hoy pertenecen a Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia y Ucrania, incluyendo la estratégica península de Crimea. Esta última ha sido un punto de fricción geopolítica hasta el presente.
En paralelo, Rusia cruzó el estrecho de Bering y colonizó Alaska en 1784, estableciendo incluso puestos avanzados tan al sur como California, con el conocido Fuerte Ross. En ese entonces, el imperio llegó a tener presencia en América y, brevemente, incluso en Hawái y África.
Auge y declive imperial: el siglo XIX
El siglo XIX fue testigo de la mayor expansión territorial de Rusia. Hacia finales de esa centuria, el imperio controlaba alrededor de 22.8 millones de kilómetros cuadrados, lo que representaba casi el 17% de la superficie terrestre mundial.
Durante este periodo, Rusia se expandió:
- Al Cáucaso, anexando lo que hoy son Georgia, Armenia y Azerbaiyán.
- A Asia Central, incorporando Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán.
- A las fronteras con China, estableciendo puertos clave como Vladivostok.
A pesar de este crecimiento, hubo también retrocesos. En 1867, Rusia vendió Alaska a Estados Unidos por apenas 7 millones de dólares. Un paso que todavía se recuerda con resignación.
La era soviética: un nuevo tipo de expansión
Tras la Revolución Rusa de 1917 y la caída del imperio zarista, nació la **Unión Soviética** en 1922. Aunque se perdió el control sobre Finlandia y Polonia, el nuevo Estado socialista incorporó muchos de los antiguos territorios imperiales y, tras la Segunda Guerra Mundial, añadió otros como:
- Los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania).
- Moldavia.
- Kaliningrado, un exclave estratégico hasta hoy.
Durante décadas, la URSS fue la segunda potencia global, y sus fronteras no solo eran territoriales, sino también ideológicas: desde Cuba hasta Afganistán, la influencia soviética desbordaba sus límites geográficos.
En su apogeo, el territorio soviético cubría 22.4 millones de kilómetros cuadrados, apenas por debajo del récord zarista.
El colapso soviético y la Rusia contemporánea
El colapso de la Unión Soviética en 1991 supuso un cambio geopolítico de magnitud histórica. Quince nuevos países emergieron de sus ruinas, entre ellos las tres repúblicas bálticas, varias ex repúblicas soviéticas del Cáucaso y Asia Central, y por supuesto, la propia Rusia, que quedó como el heredero natural del extinto superestado.
La superficie territorial se redujo a 17 millones de kilómetros cuadrados, aunque sigue siendo el país más extenso del mundo.
Este nuevo escenario generó una década de crisis económica y debilidad internacional para Moscú. Sin embargo, con la llegada de Vladimir Putin al poder, comenzó un proceso de reconfiguración que algunos han definido como neoimperialismo ruso o revanchismo post-soviético.
Crimea, Ucrania y la política del irredentismo
La anexión de Crimea en 2014 y la invasión a Ucrania en 2022 representan el ejemplo más claro de cómo la geopolítica rusa sigue en movimiento. Para Putin, estas acciones responden a la defensa de los rusoparlantes y a la recuperación de áreas consideradas parte de su esfera histórica.
A esto se suma el reconocimiento de las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, acciones que desafían el orden internacional surgido tras la Guerra Fría.
Estas maniobras han encendido todas las alarmas en Occidente y han provocado sanciones económicas, aislamiento diplomático y una nueva militarización de las fronteras europeas. Pero también revelan algo más profundo: en la visión del Kremlin, la historia todavía no ha terminado y las fronteras no están del todo definidas.
El dilema geopolítico de Rusia en el siglo XXI
Hoy, Rusia mantiene disputas territoriales abiertas con múltiples países. Además de Ucrania y Georgia, hay tensiones latentes con:
- Japón, por las islas Kuriles.
- Estonia, Letonia y Lituania, por el estatus de Kaliningrado.
- Kazajistán, por regiones con alta población rusa.
A esto se suma el desafío interno de mantener la cohesión de un país que abarca once husos horarios, diversas etnias y regiones con autonomía creciente, como Chechenia.
Desde el punto de vista empresarial y estratégico, esto tiene varias implicancias:
- Riesgos geopolíticos elevados que afectan la inversión extranjera.
- Cambios constantes en las rutas logísticas y comerciales.
- Incertidumbre legal y diplomática en las zonas de conflicto.
¿Volverán a cambiar las fronteras de Rusia?
La pregunta no es retórica. La historia ha demostrado que las fronteras de Rusia rara vez se mantienen intactas por mucho tiempo. Su política exterior, basada en la reafirmación del poder y la ampliación de zonas de influencia, sugiere que los movimientos fronterizos podrían continuar.
Pero también es cierto que los costos económicos, militares y diplomáticos de mantener esta estrategia son cada vez mayores.
En un mundo multipolar e interconectado, donde las fronteras físicas no siempre coinciden con las redes de influencia digital, financiera o energética, la expansión territorial puede ser más simbólica que cartográfica. Rusia lo sabe. Pero también sabe que, en su historia, los mapas nunca han sido definitivos.
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