Yo no quería ser el salvador de nadie.
Esa es la verdad incómoda con la que empiezo esta historia. No me levanté un día diciendo: “voy a digitalizar a las comunidades andinas y meterlas al e-commerce”. Nada de eso. Me levanté —como muchos días— con sueño, frío y una deuda emocional pendiente con este país que habla quechua mientras exporta en inglés.
Todo comenzó en un colectivo rumbo a Calca, con señal intermitente y una bolsa de panes integrales que nadie me pidió.
Al fondo del asiento, una mujer tejía como si el tiempo no existiera. Pensé: “ella no sabe que puede vender en Nueva York lo que hace con las manos”. Pero no lo dije. Uno aprende que las mejores ideas en los Andes se piensan bajito. Se susurran. Como el viento antes de llover.
Cómo creé un marketplace con comunidades del Cusco
Entre ruanas, wifi prestado y sospechas legítimas
Llegué con una propuesta. Un marketplace. Un logo. Una presentación en PowerPoint con fondo beige. Les hablé de AndeanRepublic.com como quien confiesa un amor a medias: con esperanza, pero también con miedo al rechazo.
Las miradas fueron cortantes como aguayos mojados.
—¿Y tú de qué comunidad eres?
No supe qué responder. Nunca me habían preguntado eso en una sala de reuniones con aire acondicionado.
Les dije la verdad: no era de ninguna. Pero quería que ellas estuvieran en todas. En cada vitrina digital, en cada galería de productos éticos, en cada tarjeta de crédito canadiense que busque autenticidad andina sin filtro de folclore turístico.
La desconfianza como punto de partida
Las primeras semanas fueron más duras que cruzar Sacsayhuamán con mochila llena. Nadie quería poner su foto. No querían precios en dólares. Me preguntaban si Amazon era una marca de zapatos.
Tuve que ganarme su confianza no con discursos, sino con cosas tangibles: imprimir etiquetas, ayudar a embalar, cargar cajas, corregir fichas técnicas, traducir descripciones.
Un día, una señora me dijo:
—Ahora sí le creo, ingeniero.
No soy ingeniero, pero en los Andes eso no importa. Si haces las cosas bien, te ascienden por cariño.
Del telar al carrito de compras
El primer pedido vino de Finlandia. Una bufanda de alpaca tejida por doña Martina. Le mostré el mensaje del cliente que decía “Amazing work!”. Ella sonrió, no por el inglés, sino porque alguien al otro lado del mundo había sentido su trabajo.
Después vinieron más. Cajas con código de barras y olor a romero seco. Mochilas con tintes naturales y sueños comprimidos al vacío. Cada compra era un acto de fe mutuo: ellas creían en el mundo, y el mundo creía en ellas.
Lo que aprendí (y nadie te enseña en Comercio Exterior)
Que el e-commerce no es un botón de “comprar ahora”.
Es un puente hecho a mano, con desconfianza, paciencia y un poco de señal de celular en medio de la puna. Que no se trata de vender productos, sino de traducir dignidad a un formato exportable sin traicionar su esencia.
Que exportar desde los Andes no es mover cajas. Es mover historias.
Epílogo con mate de coca
Hoy, cuando entro a andeanrepublic.com y veo cada prenda, cada tejido, cada nombre con apellido quechua en mayúsculas, no me siento un CEO.
Me siento un cartero de los Andes. Un mensajero entre mundos. Un testigo de que sí se puede, aunque cueste.
Y si tú que lees esto estás en alguna oficina dudando si vale la pena apostar por los pequeños productores... te lo digo con el respeto de los apus y la terquedad del que ya lo vivió:
No subestimes el poder de una ruana bien tejida y una mujer que cree en su comunidad. Ellas no esperan oportunidades. Las hilan.
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