Como parte de nuestra continua colaboración con Un Mundo Inmenso, en esta ocasión nos sumergimos en una nueva publicación: “¿Por qué vive tanta gente en Lima?”. Este es ya el octavo post de este trabajo conjunto, y estamos emocionados de seguir explorando juntos temas tan interesantes que invitan a reflexionar sobre la geografía urbana, el crecimiento demográfico y las tensiones invisibles que configuran el mapa de nuestras ciudades.
Acompáñanos en este recorrido por algunas de las razones más emblemáticas donde la historia, la geografía y las decisiones políticas se entrelazan para explicar la concentración de población en la capital peruana.
¿Por qué un tercio de los peruanos vive en Lima?
En Perú, un país de más de 1.3 millones de kilómetros cuadrados, un tercio de la población vive en Lima, una ciudad que apenas ocupa el 0.2% del territorio nacional. Este fenómeno, que resulta casi inédito en América Latina, plantea preguntas fundamentales sobre el desarrollo urbano, la historia económica, la infraestructura nacional y la desigualdad territorial.
Con más de 11 millones de habitantes, la aglomeración urbana de Lima y Callao se ha convertido en la séptima más grande del continente americano, por encima de muchas capitales con mayor población nacional. ¿Qué explica este nivel de centralización? ¿Es el resultado de una lógica natural o el producto de decisiones históricas e institucionales?
Geografía, clima y asimetrías territoriales
Un país vasto, pero densamente costero
Perú es el vigésimo país más grande del mundo y se extiende más de 2.000 kilómetros desde su frontera norte con Ecuador y Colombia hasta Chile. Pero a pesar de su tamaño, el 59% de la población vive en la franja costera, que representa tan solo el 12% de la superficie.
Por contraste, la Amazonía peruana, que ocupa el 61% del territorio nacional, alberga solo al 14% de los habitantes. La Sierra, más equilibrada, concentra alrededor del 27% tanto de población como de territorio. Esta distribución no se reproduce en países vecinos como Ecuador, donde gran parte de la población vive en zonas montañosas, ni en Colombia, cuyo litoral pacífico sigue siendo muy poco habitado.
La lógica del clima
Uno de los principales factores que explican la preferencia por la costa es el clima. La corriente de Humboldt, fría y constante, reduce la evaporación y evita la formación de grandes nubes de lluvia, lo que da lugar a un desierto costero que, paradójicamente, resulta más habitable que la selva tropical o la sierra extrema.
Mientras en el litoral colombiano se registra una de las tasas de lluvia más altas del mundo, en Lima apenas llueve. Tampoco hay temperaturas extremas. Aunque el sol brilla poco y la humedad es alta, el clima limeño es estable y predecible, algo muy valorado para el desarrollo urbano y la logística económica.
Historia de una capital centralista
Desde la fundación hasta el Virreinato
La centralización de Perú en torno a Lima es también una construcción histórica. Francisco Pizarro fundó la ciudad en 1535, no por sus ventajas naturales, sino por la fertilidad del valle del Rímac y su clima templado. Estableció la capital alejada del puerto de Callao para evitar ataques marítimos, lo que en la práctica fortaleció el control terrestre.
Lima se convirtió rápidamente en la capital del Virreinato del Perú, lo que le otorgó privilegios comerciales exclusivos durante siglos. Este monopolio convirtió a la ciudad en el eje de una red que movía recursos de toda la región, especialmente los provenientes de Potosí, en el actual Bolivia.
Con el tiempo, se establecieron en Lima funcionarios, mercaderes, banqueros, artesanos y militares, generando una concentración de servicios y poder económico que atrajo, desde temprano, a migrantes internos y externos.
Auge, caída y resiliencia urbana
En el siglo XVIII, Lima enfrentó una serie de reveses: el terremoto de 1746, la pérdida de su monopolio comercial con la creación del Virreinato del Río de la Plata, y la caída de la producción minera. Sin embargo, el legado de infraestructuras, instituciones y relaciones económicas permitió a la ciudad soportar el declive.
En el siglo XIX, la economía peruana se revitalizó con el boom del guano, recurso clave en la agricultura mundial. Lima volvió a florecer, atrayendo inversiones en ferrocarriles, edificaciones públicas y transporte. El ciclo de bonanza consolidó aún más el rol de la capital como centro logístico y político.
El siglo XX y la explosión demográfica
De ciudad planificada a metrópoli improvisada
El mayor salto poblacional de Lima ocurrió durante el siglo XX, cuando las migraciones internas transformaron la estructura del país. A partir de 1920, con la demolición de las murallas coloniales y la creación de nuevas avenidas y barrios, Lima comenzó a expandirse hacia el norte y el sur.
Este proceso coincidió con el declive del mundo rural. Las condiciones de vida en la Sierra y la Amazonía se deterioraban por falta de servicios, acceso a salud y oportunidades laborales, mientras que en la capital la industria, el comercio y los servicios crecían.
En 1940, solo el 9% de los peruanos vivía en Lima. Hoy, ese porcentaje ha subido a más del 33%. La inversión en infraestructura, el sistema educativo centralizado, y el mercado laboral urbano consolidaron esta tendencia.
Servicios, escala y desequilibrios
La industrialización de mediados del siglo XX fue el catalizador de la migración masiva a Lima. A medida que el país se volvía más urbano, el sector servicios comenzó a superar a la manufactura como motor económico de la ciudad.
Hoy, Lima es un hub de educación superior, salud especializada, comercio internacional, startups tecnológicas, y logística de exportación. El puerto del Callao, su cercanía a los principales mercados del Pacífico, y el aeropuerto internacional Jorge Chávez fortalecen su condición de centro neurálgico del país.
Sin embargo, la concentración poblacional ha generado serios problemas: tráfico colapsado, déficit de vivienda digna, contaminación del aire y altos niveles de informalidad laboral. Lima enfrenta hoy deseconomías de escala típicas de las grandes urbes que crecieron más rápido que su planificación.
La Amazonía y su aislamiento estructural
Mientras Lima absorbe personas y recursos, la Amazonía peruana sigue estando aislada. Ciudades como Iquitos, la séptima aglomeración urbana más grande del país, no tienen conexión terrestre con el resto del territorio.
Este aislamiento físico no solo es geográfico. En la práctica, implica también desconexión tecnológica, financiera y educativa. Las altas temperaturas, la lluvia intensa, y la falta de infraestructura hacen muy difícil la vida urbana a gran escala en la región.
El caso de Iquitos es paradigmático: es la ciudad más poblada del mundo sin acceso por carretera. Esto limita severamente su integración con los mercados nacionales e internacionales, pese a su potencial en biodiversidad, turismo y energías renovables.
¿Centralismo perpetuo o punto de inflexión?
El centralismo limeño no es solamente un fenómeno histórico: es también una herencia institucional reforzada por la política, la economía y la infraestructura. Hoy, con más del 60% del PBI nacional concentrado en la capital, el país parece más que nunca dividido entre una ciudad globalizada y un interior marginalizado.
Descentralizar el desarrollo implica más que trasladar oficinas gubernamentales o abrir universidades en provincias. Requiere un nuevo pacto territorial que incentive la inversión privada en regiones, mejore las condiciones logísticas, y ofrezca igualdad de oportunidades.
En países como Colombia o Brasil, se ha demostrado que es posible fomentar polos económicos fuera de la capital. Arequipa, Trujillo y Piura en Perú tienen potencial para convertirse en ciudades intermedias estratégicas. Pero necesitan visión de largo plazo y políticas públicas coherentes.
Mientras tanto, Lima sigue siendo el espejo donde se refleja el país: una ciudad rica en historia, desafíos urbanos y contrastes sociales. ¿Su futuro? Dependerá de cómo Perú decida redistribuir su crecimiento.
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