la confianza

¿Cómo influye la confianza en los negocios globales? A pesar del ruido de fondo, guerras comerciales, tasas de interés elevadas y tensiones geopolíticas, los consumidores de buena parte del mundo siguen gastando. No con desenfreno, pero sí con sorprendente regularidad.

Por el contrario, las empresas internacionales parecen haber tirado del freno de mano. Inversiones postergadas, contratos congelados, plantas que no se expanden y una desconfianza generalizada en el futuro marcan la agenda corporativa global. Esta divergencia crea lo que varios analistas han bautizado como la paradoja de la confianza.

Mientras los hogares se guían por el presente inmediato, las compañías operan con la mirada puesta en un futuro incierto. Y cuando ambas brújulas apuntan en direcciones opuestas, el comercio internacional tiembla.

¿Qué papel juega la confianza en los Negocios Internacionales?

Los consumidores viven el presente, las empresas temen al mañana

En países desarrollados, el empleo se mantiene sólido. La inflación ha comenzado a ceder, y los salarios al menos en términos reales se han estabilizado o incluso han crecido. Estos elementos explican por qué el consumo privado, en economías como la de Estados Unidos, sigue siendo el motor de la recuperación postpandemia.

No obstante, ese dinamismo contrasta con una contracción de la inversión empresarial, especialmente en sectores orientados a la exportación. Las grandes corporaciones transnacionales han reducido sus previsiones de crecimiento. En lugar de expandirse, muchas están consolidando operaciones o simplemente esperando.

La paradoja es clara: mientras el ciudadano promedio confía en que podrá mantener su nivel de vida a corto plazo, las empresas acostumbradas a pensar en horizontes de cinco o diez años se muestran escépticas.

El factor geopolítico: incertidumbre como regla

Uno de los principales motivos detrás de esta desconexión es la volatilidad geopolítica. La guerra en Ucrania sigue sin resolverse. El conflicto comercial entre Estados Unidos y China se intensifica. La fragmentación del comercio internacional, una tendencia que parecía pasajera, se está consolidando como la nueva normalidad. En este contexto, las empresas tienen razones fundadas para desconfiar.

Los riesgos regulatorios, las tensiones en torno a la propiedad intelectual, la duplicación de cadenas de suministro y el proteccionismo en auge han hecho que la toma de decisiones estratégicas se vuelva una pesadilla logística y financiera.

Nadie quiere construir una fábrica multimillonaria en un país que podría estar sujeto a sanciones o aranceles en dos años. Nadie desea firmar acuerdos de largo plazo si las reglas del juego cambian cada trimestre.


El papel de los acuerdos comerciales y las políticas públicas

En este escenario fragmentado, una política comercial coherente podría funcionar como ancla de previsibilidad. Sin embargo, los tratados de libre comercio han perdido protagonismo en las agendas políticas. Y cuando existen, se aplican con reticencias. Pocas veces en las últimas décadas ha sido tan urgente restaurar la confianza en el marco legal que sostiene el comercio internacional.

Los especialistas coinciden en que resolver disputas comerciales como la relación entre Washington y Pekín o las tensiones en oriente medio, podría tener un efecto dominó positivo sobre las decisiones de inversión empresarial. Pero en lugar de resolver, muchos gobiernos se enredan en batallas internas, lo que solo alimenta la percepción de inestabilidad.

En palabras de un empresario: “No necesitamos que todo se resuelva mañana. Solo queremos que las reglas sean estables y se respeten durante al menos cinco años.”

Confianza como intangible estratégico

La confianza no figura en los balances financieros, pero determina el curso de los negocios tanto como el tipo de cambio o los precios del petróleo. Cuando se erosiona, las consecuencias son profundas: retraso de lanzamientos, cierre de filiales, pérdida de talento, disminución del comercio.

Paradójicamente, mientras los consumidores se muestran optimistas, las decisiones de las empresas internacionales indican una percepción pesimista. El resultado es un desfase entre oferta y demanda, que puede traducirse en cuellos de botella, inflación o pérdida de competitividad global.

Este desfase, si se prolonga, pone en riesgo no solo la recuperación económica, sino la estabilidad misma del comercio global.

¿Una oportunidad disfrazada de crisis?

En todo este escenario gris, algunos analistas identifican oportunidades. La crisis de confianza podría empujar a las empresas a diversificar mercados, invertir en inteligencia estratégica y construir relaciones más resilientes con sus socios internacionales. También podría incentivar a los gobiernos a retomar el liderazgo en la creación de marcos multilaterales más predecibles.

Algunos países, como México o Vietnam, han logrado capitalizar el llamado nearshoring como respuesta a la fragmentación de las cadenas globales. Esto demuestra que, incluso en un contexto de desconfianza generalizada, existen nichos donde la inversión extranjera directa sigue fluyendo.

La urgencia de recuperar una narrativa común

Parte del problema actual radica en la ausencia de un relato compartido. Durante décadas, la globalización se construyó sobre una narrativa de beneficios mutuos. Hoy, ese consenso está roto. Y sin narrativa, es difícil alinear decisiones individuales con un objetivo colectivo.

Volver a construir una narrativa de cooperación no es tarea sencilla, especialmente en un contexto de polarización política y redes sociales que amplifican el cortoplacismo. Pero sin ella, el comercio internacional se volverá un conjunto de acciones descoordinadas, sin visión ni propósito común.

El espejo roto de la confianza

El comercio, como las relaciones humanas, funciona mejor cuando hay confianza. No una confianza ciega, sino una confianza informada: saber que las reglas se cumplirán, que las decisiones tienen consecuencias previsibles, que los socios actuarán con buena fe.

Hoy, ese espejo está roto. Las empresas ven fragmentos de futuro, pero no un todo claro. Y sin una visión coherente, su respuesta es conservadora: pausar, recortar, esperar.

Mientras tanto, los consumidores que no siempre tienen el privilegio de esperar siguen adelante. Compran, viajan, gastan. Lo hacen porque pueden, porque su realidad inmediata no refleja el miedo que sienten las salas de juntas.

En este cruce de caminos, el comercio internacional flota en una especie de limbo. Ni impulsado por la confianza colectiva, ni completamente frenado por la desconfianza empresarial. La paradoja sigue viva.

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