Un televisor ensamblado en Perú, con chips coreanos, pantallas chinas y software europeo. ¿De dónde es ese producto? En un mundo donde las cadenas de suministro cruzan océanos, determinar el origen de un producto se ha convertido en una operación técnica, estratégica y, a veces, ideológica.
Esto no es un detalle burocrático. Es una llave. Un producto “originario” en términos comerciales puede entrar a mercados como la Unión Europea con aranceles reducidos o nulos, mientras que uno “no originario”, aunque idéntico, será gravado con tarifas plenas. Para las empresas exportadoras, entender y probar el origen de sus productos puede representar márgenes de ganancia cruciales, acceso preferencial y ventaja competitiva.
La lógica parece simple: si el producto fue fabricado en tu país, es originario. Pero los tratados de libre comercio cuentan otra historia. Las reglas de origen que determinan la “nacionalidad económica” de un bien son complejas, varían según el producto y el acuerdo, y exigen pruebas documentales específicas. La mayoría de las exportadoras no falla en fabricar, sino en entender estas reglas. Y allí es donde comienzan las pérdidas.
La transformación sustancial como frontera económica
Hay dos maneras principales de que un producto adquiera origen: ser totalmente obtenido o haber sido sustancialmente transformado. El primer caso es claro. Si una empresa exporta café peruano cultivado localmente, su origen es indiscutible. Pero si exporta una camisa confeccionada con telas importadas, debe demostrar que la confección fue un proceso significativo, no una mera costura. Y eso implica reglas específicas.
Existen tres criterios para definir si hubo transformación suficiente: valor agregado, cambio de partida arancelaria o procesos específicos de fabricación. En el primer caso, se exige que un porcentaje determinado del valor del producto final haya sido generado en el país exportador. En el segundo, que el producto haya cambiado de código aduanero en el proceso. Y en el tercero, que se haya realizado un procedimiento clave, como el hilado en textiles o el laminado en acero. Ninguno es trivial.
Además, no todo proceso de manufactura local genera beneficios arancelarios. Antes de buscar un certificado de origen, conviene verificar el arancel general NMF (nación más favorecida). Hay productos que ya ingresan al mercado europeo con tarifa cero, con o sin acuerdo comercial. En esos casos, tramitar un certificado solo añade costos.
El origen se prueba, no se asume
Si el producto sí se beneficia de un acuerdo, aún queda otro reto: la documentación de prueba. Tradicionalmente, se utilizaba el certificado de origen emitido por una autoridad. Hoy, muchos países operan bajo el sistema REX (Registered Exporter System), donde el exportador puede autocertificar el origen, siempre que esté registrado y cumpla con los requisitos. Esto reduce la burocracia, pero aumenta la responsabilidad.
Para empresas con cadenas de suministro regionales, el concepto de acumulación (o cumulación) se vuelve decisivo. Bajo esta figura, se permite que ciertos insumos provenientes de países socios cuenten como locales si fueron transformados adecuadamente. Hay acumulación bilateral (con la UE), diagonal (entre varios países de un bloque comercial) y total (donde incluso procesos realizados en el extranjero pueden contarse como propios). Cada modalidad abre o cierra puertas, según el acuerdo específico.
Las reglas están escritas, pero no siempre claras. Un error común es asumir el origen sin consultar el anexo del acuerdo correspondiente. Cada tratado establece reglas distintas para cada producto, y clasificar mal puede costar tanto como un error en el precio. La clasificación arancelaria correcta es la base sobre la que se aplica cualquier regla de origen. Fallar en este paso inicial arrastra todo el proceso.
Diseñar cadenas de valor con inteligencia comercial
El problema no es nuevo, pero su impacto crece. La Unión Europea, por ejemplo, ha intensificado sus auditorías y controles de origen en frontera. Empresas que no puedan demostrar adecuadamente el origen de sus productos pueden perder los beneficios del acuerdo, enfrentar sanciones e incluso ser excluidas del sistema REX. La confianza se construye en papel.
Detrás del tecnicismo, hay una cuestión de diseño empresarial. Empresas más competitivas no son solo las que producen más barato, sino las que estructuran su cadena de valor según los incentivos de los acuerdos comerciales. Decidir dónde comprar insumos, qué proceso realizar localmente y cómo documentar cada etapa puede ser tan estratégico como fijar precios o elegir mercados.
No se trata de dominar todos los detalles legales. Pero sí de entender que el origen probado es un activo económico, tanto como la marca o la calidad. Empresas que lo comprenden transforman una complejidad legal en una ventaja comercial sostenible.
En resumen, el origen de un producto no se define solo en la fábrica, sino también en la planificación. Y eso, como los buenos acuerdos, se construye con estrategia, no con suposiciones.
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