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Como parte de nuestra continua colaboración con Un Mundo Inmenso, nos complace presentar la vigésima sexta publicación de esta serie conjunta, titulada: “¿Se puede comprar un país?

En esta entrega analizamos una de las propuestas más llamativas del presidente estadounidense Donald Trump, en su primer mandato, quien en su momento anunció su intención de comprar Groenlandia. ¿Podría hacerlo realmente o fue solo una de sus excentricidades?

Descubre cuáles son los atractivos de este territorio, cuánto dinero habría que pagar por él y cómo fueron las anteriores compras de territorios como Alaska, Luisiana y Florida, que hoy forman parte de Estados Unidos.


¿Se puede comprar un país?

En un mundo donde los intereses económicos y geopolíticos se entrelazan cada vez más, surge una pregunta provocadora: ¿se puede comprar un país?

Aunque pueda sonar a una fantasía o a una idea salida de la historia colonial, este debate recobró fuerza hace algunos años, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, expresó públicamente su intención de comprar Groenlandia. Aquella noticia de 2019 pareció absurda para muchos, pero en realidad abrió una discusión que hoy, en 2025, sigue siendo relevante: ¿es posible que una nación sea adquirida como si fuera una empresa o un territorio privado?

El caso de Groenlandia, más allá de la anécdota, permite reflexionar sobre los límites del poder económico, la soberanía nacional y el papel del derecho internacional en un siglo XXI cada vez más pragmático y competitivo.

En 2019, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió al mundo al declarar su interés en comprar Groenlandia. Para muchos fue una de esas declaraciones excéntricas a las que tenía acostumbrada a la prensa. Sin embargo, detrás de esa propuesta aparentemente disparatada, se esconde una pregunta profunda que combina economía, geopolítica y derecho internacional: ¿se puede comprar un país en pleno siglo XXI?

Interés de Estados Unidos en Groenlandia

Groenlandia: la isla más grande del mundo y un territorio estratégico

Groenlandia es la isla más grande del planeta, aunque su tamaño se ve exagerado en muchos mapas debido a la proyección cartográfica. Aun así, es más extensa que México, o incluso que Colombia y Venezuela juntas. En contraste con su vastedad territorial, apenas cuenta con unos 56,000 habitantes, una de las densidades poblacionales más bajas del mundo.

Administrativamente, Groenlandia pertenece al Reino de Dinamarca, pero goza de una amplia autonomía interna. Desde Copenhague se gestionan únicamente los asuntos de defensa, relaciones exteriores y política financiera, además de otorgar una subvención anual superior a 600 millones de dólares para sostener su administración.

Hasta aquí, podría parecer una tierra lejana y fría con poco interés global. Pero eso está lejos de la realidad. Groenlandia posee enormes recursos naturales aún sin explotar: oro, cobre, zinc, plomo, diamantes, uranio y, sobre todo, tierras raras, esenciales para fabricar autos eléctricos y teléfonos móviles. Estas materias primas son estratégicas, especialmente para países que buscan reducir su dependencia de China, principal proveedor mundial.

El interés de Estados Unidos en Groenlandia no es nuevo

La propuesta de Trump no fue tan inédita como pareció. En realidad, Estados Unidos ha mostrado interés por Groenlandia desde hace décadas. Tras la Segunda Guerra Mundial, el presidente Harry Truman ofreció a Dinamarca 100 millones de dólares en oro (equivalentes a unos 1,300 millones actuales) por adquirir el territorio. Dinamarca rechazó la oferta, pero el interés norteamericano nunca desapareció.

Este episodio no fue aislado. La historia estadounidense incluye varias compras de territorios que transformaron su mapa y su poder geopolítico.
  • En 1803, Luisiana fue adquirida a Francia por 15 millones de dólares (unos 200 millones actuales).
  • En 1819, Florida fue comprada a España por 5 millones.
  • En 1867, Alaska pasó de Rusia a Estados Unidos por 7.2 millones de dólares (alrededor de 125 millones actuales), considerada una de las mejores inversiones geopolíticas de la historia moderna.

A lo largo del siglo XX, también se concretaron transacciones menores, como la compra de las Islas Vírgenes a Dinamarca en 1916 por 25 millones de dólares, que hoy son un territorio no incorporado de EE. UU.

Estos antecedentes muestran que comprar territorios fue una práctica común hasta principios del siglo XX. Sin embargo, el derecho internacional contemporáneo ha cambiado las reglas del juego.

Por qué Groenlandia resulta atractiva hoy

Más allá de la historia, el interés por Groenlandia responde a razones económicas, energéticas y estratégicas.

El cambio climático está acelerando el derretimiento del hielo ártico, lo que genera tres consecuencias :
  1. Apertura de nuevas rutas marítimas. En los meses de verano, partes del Océano Ártico se vuelven navegables, permitiendo el tránsito entre Asia, Europa y América del Norte por rutas mucho más cortas.
  2. Acceso a recursos naturales. El deshielo deja al descubierto minerales, gas y petróleo antes inaccesibles.
  3. Relevancia geopolítica. Las potencias árticas —Estados Unidos, Rusia, Canadá y Noruega— compiten por su influencia en la región.

De hecho, Rusia ha incrementado su presencia militar en el Ártico, mientras que Estados Unidos busca fortalecer su posición estratégica. Poseer Groenlandia significaría dominar una zona crucial para el comercio y la seguridad del futuro.

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Groenlandia geográficamente está en América del Norte, pero políticamente es un territorio autónomo dentro del Reino de Dinamarca.

El precio de un país: ¿cuánto valdría Groenlandia?

Ponerle precio a un país o territorio no es una tarea sencilla. Algunos analistas calcularon que Estados Unidos podría absorber los 600 millones de dólares anuales que Dinamarca destina a Groenlandia, además de ofrecer una compensación inicial atractiva a la corona danesa.

Otros estimaron que el valor total podría rondar los 40,000 millones de dólares, considerando el tamaño de su economía, su población y sus recursos naturales. Sin embargo, estos cálculos son puramente teóricos, ya que no existe un mercado internacional de soberanías nacionales.

Y aun si existiera, la operación enfrentaría obstáculos legales y morales. Las naciones modernas no son propiedades transferibles. Su soberanía reside en su pueblo, no en un monarca o gobierno. Por tanto, ningún país puede vender legalmente a su población o territorio sin su consentimiento.


El derecho internacional: la soberanía no se vende

Desde mediados del siglo XX, tras las guerras de descolonización, la comunidad internacional estableció un principio fundamental: la soberanía pertenece a los pueblos. Esto implica que ningún Estado puede ser transferido de un gobierno a otro sin la voluntad de sus habitantes.

Si Estados Unidos quisiera comprar Groenlandia, necesitaría algo más que dinero: tendría que convencer a los groenlandeses. En teoría, podría organizarse un referéndum de autodeterminación, pero el resultado dependería de la voluntad ciudadana.

Además, la Carta de las Naciones Unidas y los tratados modernos impiden las anexiones territoriales sin el consentimiento popular. Comprar un país, en el sentido clásico, sería contrario al derecho internacional vigente.

¿Y si se comprara la voluntad de los ciudadanos?

Algunos juristas de la Universidad de Duke (EE. UU.) plantearon una hipótesis interesante:

¿Qué ocurriría si en lugar de comprar el territorio, se comprara la aprobación de los habitantes?

Por ejemplo, si Estados Unidos ofreciera un millón de dólares a cada ciudadano groenlandés, ¿aceptarían integrarse al país? Desde un punto de vista legal, esto podría considerarse una compra legítima de adhesión democrática. Sin embargo, desde la ética internacional, implicaría la mercantilización de la ciudadanía y la identidad nacional.

La propuesta es más teórica que práctica, pero sirve para reflexionar sobre los límites entre la soberanía, el dinero y la voluntad de los pueblos.

El papel de Dinamarca y los intereses europeos

Para Dinamarca, Groenlandia representa más que una dependencia remota. Es una pieza geopolítica clave para mantener influencia en el norte atlántico. Además, forma parte del Reino de Dinamarca, junto con las Islas Feroe. Ceder Groenlandia significaría reducir su peso internacional, su acceso a recursos naturales y su participación en el Consejo Ártico.

Por eso, aunque el gobierno danés consideró absurda la propuesta de Trump, la reacción no fue solo emocional, sino estratégica. Europa ve en Groenlandia un escudo natural frente a la expansión rusa y china en el Ártico.

De hecho, China ha invertido en infraestructura minera y energética en la isla, lo que preocupa tanto a Copenhague como a Washington. En este contexto, el intento de compra estadounidense fue más una señal política que una intención comercial real.

Casos recientes de cesión de territorios

Aunque comprar países ya no es común, ceder territorios mediante acuerdos diplomáticos aún ocurre.
  • En 2016, Egipto transfirió las islas Tiran y Sanafir a Arabia Saudita, en el Mar Rojo.
  • En Asia Central, Tayikistán cedió un 1% de su territorio a China, resolviendo una disputa fronteriza.

No obstante, estos casos difieren de Groenlandia por dos razones esenciales:
  • No fueron operaciones comerciales, sino ajustes diplomáticos de soberanía.
  • Los territorios eran prácticamente deshabitados, sin impacto directo sobre la población civil.

En cambio, Groenlandia es un territorio habitado, con instituciones propias y una identidad nacional en consolidación. Por tanto, cualquier intento de venta implicaría un cambio abrupto de leyes, pasaportes y cultura política, algo incompatible con los estándares internacionales actuales.

Un análisis económico y político

Desde el punto de vista económico, la compra de Groenlandia podría parecer atractiva para Estados Unidos por su potencial minero y energético, pero también significaría asumir altos costos de infraestructura, servicios y subsidios en una región con condiciones extremas.

Desde el punto de vista político, una adquisición así sería inviable, pues enfrentaría la oposición de Dinamarca, la Unión Europea, las Naciones Unidas y gran parte de la opinión pública mundial. Además, sentaría un precedente peligroso: que un país poderoso puede adquirir territorios a voluntad, revirtiendo los principios básicos del derecho internacional moderno.

Reflexión final: el valor de la soberanía

¿Se puede comprar un país?

Legalmente, no. Políticamente, tampoco. Pero la pregunta deja abierta una reflexión más amplia: ¿qué tan fuerte es la soberanía cuando el poder económico es tan influyente?

En un mundo donde las empresas multinacionales controlan recursos estratégicos y las potencias compiten por zonas de influencia, la soberanía ya no solo se mide por fronteras o ejércitos, sino también por autonomía económica y tecnológica.

Groenlandia, aunque pequeña en población, posee una riqueza natural y una posición geográfica que la convierten en una joya del Ártico. Y mientras el hielo se derrite, también lo hacen las antiguas certezas sobre lo que puede o no comprarse.

En conclusión...

La historia de las adquisiciones territoriales muestra que el dinero puede expandir fronteras, pero el siglo XXI ha elevado la soberanía, la autodeterminación y el respeto a los pueblos como valores innegociables.

Así, aunque comprar un país ya no sea posible, el deseo de controlar recursos y espacios estratégicos sigue marcando la agenda internacional.

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