a trump

Durante décadas, las relaciones diplomáticas se han regido por el equilibrio entre el interés nacional y la cortesía protocolar. Sin embargo, a Trump, y especialmente en su segunda presidencia, este equilibrio parece haberse inclinado hacia una táctica singular: donde la adulación estratégica se convierte en política exterior

La tendencia tiene un patrón. Mandatarios, desde líderes europeos hasta presidentes africanos, han descubierto que elogiar sin reservas al presidente Donald Trump no solo garantiza una audiencia más receptiva, sino que puede traducirse en beneficios concretos en términos comerciales, diplomáticos y de seguridad.

¿Los halagos a Trump están reemplazando la diplomacia tradicional?

Elogios reales y premios anhelados

En febrero, el primer ministro británico Keir Starmer llegó a la Casa Blanca con un gesto que parecía sacado de una coreografía cuidadosamente ensayada. Le entregó a Trump una carta del Rey Carlos III invitándolo a una segunda visita de Estado, algo sin precedentes. Starmer no dudó en subrayar el carácter “especial” y “único” del momento, en lo que fue un claro esfuerzo por captar la atención y la simpatía presidencial.

Cinco meses después, fue el turno de Benjamin Netanyahu. El primer ministro israelí apareció con una carta destinada al Comité Nobel nominando a Trump para el Premio Nobel de la Paz. Netanyahu, en tono firme, aseguró: “Está bien merecido, y deberías recibirlo.” No se trataba de un acto espontáneo. Trump ha expresado en múltiples ocasiones su deseo de ser reconocido con el prestigioso galardón. Recibir esa nominación y que se hiciera pública de forma teatral, no fue coincidencia: fue cálculo.

Ese mismo patrón se repitió días después cuando varios jefes de Estado africanos, al unísono, afirmaron que Trump merecía el Nobel. La ovación internacional no era gratuita: se trataba de posicionarse en una nueva configuración global donde la diplomacia gira en torno a la figura del mandatario estadounidense.

El cambio de tono: de la desconfianza al servilismo

Durante su primer mandato (2017-2021), Trump fue objeto de escepticismo y frialdad por parte de muchos líderes occidentales, que veían su estilo como impredecible y ajeno a las normas del multilateralismo. No era raro que los contactos se hicieran más con sus asesores que con él directamente.

Ahora, la dinámica ha cambiado radicalmente. Kurt Volker, exembajador estadounidense ante la OTAN, resume el pensamiento de muchos diplomáticos europeos: “Él puede hacer cosas que nos gusten o no. Mejor asegurémonos de que haga las que nos gusten.”

La adulación ya no es cortesía; es estrategia de supervivencia internacional.

Resultados tangibles, política exterior personalizada

Los elogios parecen estar generando resultados. Un ejemplo concreto es el compromiso asumido en la Cumbre de la OTAN en La Haya, donde los países miembros acordaron gastar el 5% de su PIB en defensa hacia 2035, una exigencia que Trump ha reiterado desde su primer mandato. La iniciativa, que muchos consideraban improbable, fue celebrada como un logro personal del presidente.

Desde la Casa Blanca, la portavoz Anna Kelly no ahorra palabras: “Los acuerdos comerciales del presidente están nivelando el terreno para nuestros trabajadores y agricultores. Billones de dólares están entrando al país, y décadas de guerras están llegando a su fin. Los líderes extranjeros quieren una relación positiva con Trump y participar en la economía en auge.”

Según cifras oficiales, Trump ha recibido a 23 jefes de Estado en sus primeros seis meses de mandato, una cifra que supera por mucho a la de sus antecesores. Muchos llegan con una agenda clara: **evitar tarifas punitivas y obtener acuerdos bilaterales más ventajosos**.


La psicología del halago

Entender al interlocutor, dominar la narrativa

Según Ivo Daalder, exembajador ante la OTAN y actual académico del Belfer Center en Harvard, la Trump no busca acuerdos técnicos; busca reconocimiento personal. “Flatter him. Convéncelo de que solo él pudo lograrlo”, afirma Daalder. Esta es la narrativa que más resuena con el estilo del mandatario: él como protagonista exclusivo de los logros estadounidenses.

Un caso emblemático fue la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Antes de cerrar un acuerdo comercial con EE. UU., lo describió como “el más duro de los negociadores” y “un maestro en lograr acuerdos”. Cuando la negociación terminó, ambos se felicitaron mutuamente por “el acuerdo más grande jamás alcanzado”. El contenido del acuerdo aún es confuso, pero la percepción ya estaba moldeada.

El centro de gravedad se desplaza

Durante el primer mandato de Trump, muchos líderes preferían trabajar con sus secretarios de Estado o asesores de seguridad nacional. Creían que podían “encarrilar” la voluntad presidencial a través de figuras más técnicas.

Hoy, esa estrategia ha sido abandonada. “Trump decide. Solo él.” señala Daalder. “Si quieres un buen acuerdo, debes tratar con él directamente. Y la única forma de lograrlo es halagándolo.”

La frase cobra más fuerza cuando se observa cómo el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, se dirigió a Trump antes de la cumbre de la OTAN: “Esta noche vas a lograr lo que ningún presidente estadounidense ha conseguido en décadas.” El mensaje fue replicado por Trump en sus redes sociales, y más tarde reafirmado por Rutte en persona: “Sin el presidente Trump, esto no habría sido posible.”

Diplomacia transaccional y personalismo en expansión

La marca “Trump” como eje de la política exterior

Para muchos analistas, el estilo de Trump es fundamentalmente transaccional: cada relación internacional se mide en términos de “ganancia” o “derrota”, y toda ganancia debe ser atribuida a él. Esto ha generado una diplomacia profundamente personalizada, donde los temas de Estado se entrelazan con el ego presidencial.

En palabras de Justin Logan, del CATO Institute, “la vergüenza es una superpotencia”. La flexibilidad emocional de Trump, capaz de pasar del desdén al entusiasmo con una sola frase elogiosa, se ha convertido en una herramienta impredecible que los líderes extranjeros no se atreven a subestimar.

Los riesgos del halago como moneda diplomática

Aunque muchos mandatarios han cosechado beneficios inmediatos al halagar a Trump, el costo político en sus países ha sido considerable. En varias capitales europeas, la opinión pública sigue viendo con recelo al presidente estadounidense, y los gestos de admiración excesiva generan críticas internas.

¿Es sostenible esta dinámica?

El riesgo de esta diplomacia basada en la adulación es que sustituye el contenido por la forma. Los acuerdos pueden resultar más frágiles si su base es el carisma de un solo individuo. Además, los líderes que adaptan sus estrategias a la psicología de Trump podrían encontrar difícil replicar esos éxitos con futuros presidentes menos receptivos a los halagos.

Un nuevo orden retórico

El panorama diplomático global está mutando. En lugar de tecnócratas o negociadores estratégicos, lo que ahora se impone es la retórica emocional. Ser parte de la “lista de los buenos” de Trump depende menos de los intereses geopolíticos que de la capacidad de reproducir, con entusiasmo y sin pudor, los adjetivos que más resuenan en su universo simbólico: “el más grande”, “histórico”, “nunca visto antes”.

Como quedó demostrado en la cumbre de La Haya, incluso los compromisos más serios pueden estar precedidos por frases como: “Daddy, you’re my daddy.”

Una frase absurda, quizás, pero efectiva en un ecosistema diplomático que ha aprendido que, con Trump, el elogio no es servilismo: es estrategia.

¿Estas de acuerdo?

Este artículo fue elaborado a partir de información y hechos presentados en el reportaje original publicado por KGOU el 2 de agosto de 2025.

Post a Comment