En un mundo donde los márgenes se achican, las cadenas de suministro se estiran y las fronteras vuelven a importar, la capacidad de anticipar y gestionar los riesgos se convierte en un factor competitivo. Las oportunidades globales existen, pero también lo hacen los contratiempos. El riesgo no es el enemigo: es el costo oculto de participar en el juego.
Gestión de los riesgos en los Negocios internacionales
El nuevo mapa del riesgo
Las tensiones comerciales, la fragmentación geopolítica y las turbulencias financieras no son fenómenos excepcionales. Son, cada vez más, parte del paisaje habitual del comercio internacional. Y si bien las amenazas cambian de forma y ubicación, su presencia es constante.
Empresas de todos los tamaños descubren que hacer negocios a nivel internacional ya no consiste solo en encontrar un comprador o cerrar un contrato. Se trata de moverse con cautela en un entorno donde la volatilidad no es un accidente, sino una característica estructural.
En este contexto, no basta con reaccionar ante lo imprevisto. Es necesario integrar el riesgo en la estrategia. Desarrollar un plan de gestión de riesgos no es una señal de pesimismo; es un acto de madurez empresarial.
El riesgo no se elimina, se administra
El primer paso para gestionar el riesgo es reconocer su naturaleza inevitable. Pretender operar sin exposición es tan irreal como conducir en ciudad sin frenos. Pero no todos los riesgos son iguales. Algunos se anuncian con titulares: guerras, elecciones, reformas fiscales. Otros se esconden en la letra pequeña de un contrato o en un cambio sutil del tipo de cambio.
Los más comunes se agrupan en cinco categorías:
- Riesgos políticos, como inestabilidad gubernamental o nacionalizaciones.
- Riesgos financieros, como impago, inflación o devaluación.
- Riesgos legales, que surgen por marcos regulatorios inciertos o contradictorios.
- Riesgos logísticos, derivados de interrupciones en transporte o aduanas.
- Riesgos tecnológicos, en especial los cibernéticos, cuya frecuencia y daño aumentan.
Ante ellos, la evaluación de riesgos se convierte en una herramienta indispensable. No solo se trata de identificar qué podría fallar, sino de estimar la probabilidad de que ocurra y el daño que provocaría. Cuanto más realista sea el diagnóstico, más efectiva será la respuesta.
Cuatro formas de enfrentar el riesgo
Toda estrategia de gestión parte de una idea básica: no se puede actuar igual ante todos los riesgos. Hay que priorizar, segmentar y diseñar respuestas específicas. Para cada amenaza identificada, existen cuatro estrategias de gestión del riesgo:
1. Evitar el riesgo
No todo negocio merece ser perseguido. Cuando las condiciones de un país o cliente son demasiado volátiles, la opción más sensata puede ser no actuar. Esperar. Retirarse. No es cobardía empresarial, sino cálculo. En ciertos casos, evitar el riesgo es proteger la salud financiera.
Esta estrategia es útil frente a situaciones de alto impacto y alta probabilidad. Por ejemplo, ingresar a un mercado con control cambiario severo o sometido a sanciones internacionales. La retirada táctica es también una forma de expansión sostenible.
2. Reducir el riesgo
Cuando no es viable evitar una amenaza, puede optarse por minimizar su impacto. Esto exige medidas proactivas: diversificar proveedores, establecer cláusulas de escape en los contratos, capacitar personal ante escenarios de crisis o reforzar la seguridad digital.
Reducir el riesgo requiere conocerlo en profundidad y asumir ciertos costos preventivos. Pero esos costos suelen ser menores que los que genera la inacción. No es casual que muchas empresas exitosas inviertan en simulacros de crisis o en análisis predictivo.
3. Transferir el riesgo
Una de las fórmulas más elegantes de gestión es desplazar el riesgo a un tercero. Es el caso del seguro de crédito comercial, que protege contra impagos, o de acuerdos contractuales que asignan responsabilidades precisas entre socios logísticos o distribuidores.
Otras formas de transferir el riesgo incluyen el uso de garantías bancarias, outsourcing en regiones estables o la creación de filiales con estructuras fiscales separadas. El objetivo es limitar el daño en caso de que el escenario previsto se materialice.
4. Aceptar el riesgo
Hay ocasiones en que ninguna estrategia elimina el riesgo por completo, y la decisión más racional es seguir adelante. Eso sí, con los ojos abiertos, reservas asignadas y planes de contingencia definidos.
Aceptar el riesgo no implica ignorarlo, sino internalizarlo. Es una postura válida cuando el beneficio esperado es alto, el riesgo es manejable y la empresa cuenta con suficiente resiliencia. A veces, la verdadera amenaza no es actuar, sino quedarse inmóvil.
Planificar es necesario; monitorear es obligatorio
Diseñar un plan de gestión de riesgos es el inicio, no el final del camino. Los riesgos se transforman: lo que ayer era impensado, hoy es probable. Por eso, el monitoreo continuo es parte integral del proceso.
Una práctica útil consiste en asignar a una persona o equipo la función de análisis y seguimiento de riesgos. Esta figura debe identificar señales tempranas, actualizar evaluaciones, revisar la validez de los supuestos y plantear nuevos escenarios.
Los informes trimestrales o semestrales ayudan a mantener el riesgo como parte de la conversación ejecutiva. No es un tema técnico; es un asunto estratégico. Las empresas que integran el análisis de riesgos en sus decisiones operativas y comerciales ganan en agilidad y solidez.
El verdadero valor del riesgo: ventaja competitiva
Un buen plan de gestión no solo evita pérdidas: genera confianza. Clientes, socios e inversores valoran a las empresas que demuestran preparación y visión de largo plazo. Una operación protegida no es menos ambiciosa, es más profesional.
Además, muchas oportunidades surgen precisamente en escenarios inciertos. La diferencia entre aprovecharlas o quedar al margen suele radicar en la capacidad para asumir riesgos de forma calculada.
No todas las empresas están dispuestas a navegar aguas turbulentas. Pero aquellas que lo hacen con mapa, brújula y equipo de apoyo tienen más probabilidades de llegar a puerto.
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