Como parte de nuestra continua colaboración con Un Mundo Inmenso, nos complace presentar la decimosexta publicación de este proyecto conjunto: “¿Cómo sería el mundo con 20 países?”. En esta nueva entrega, seguimos desafiando las certezas con las que solemos interpretar el mapa político global.
A primera vista, la idea de reducir el planeta a solo 20 países parece una utopía o una distopía. Pero al cambiar la perspectiva, fusionando territorios por tamaño, continuidad geográfica y lógica estratégica, esta propuesta revela preguntas profundas sobre gobernanza, identidad, poder económico y desigualdad. ¿Qué aprenderíamos del mundo si imagináramos otro completamente distinto? La respuesta, como muchas en geografía política, depende del ángulo con el que se mire el mapa.
La geopolítica reinventada: un planeta con solo 20 países
Hay 195 países reconocidos en el mundo. Pero, ¿qué pasaría si ese número se redujera drásticamente a solo 20 países? La propuesta es tan provocadora como reveladora. En un mundo cada vez más interconectado pero políticamente fragmentado, imaginar una reorganización global despierta preguntas profundas sobre gobernabilidad, identidad nacional, economía regional y geoestrategia.
En esta hipótesis, las nuevas naciones estarían organizadas en bloques de superficie similar, sin crear nuevas fronteras internacionales. Se mantendrían las fronteras actuales y se agruparían territorios contiguos. Solo se haría una excepción: Rusia se dividiría debido a su inmensidad geográfica.
Más allá del ejercicio lúdico, esta reconfiguración ofrece una forma diferente de analizar la distribución demográfica, las tensiones históricas, y los contrastes económicos del planeta.
La República de Sajá y el renacimiento del Imperio Ruso
La nueva República de Sajá, en el Extremo Oriente ruso, sería uno de los países más despoblados. Con apenas 8 millones de habitantes y vastos recursos naturales, tendría salida al Pacífico y al Océano Ártico. Su frontera occidental colindaría con el renovado Imperio Ruso, que tendría como capital a San Petersburgo. Este retorno simbólico al pasado imperial podría influir tanto en su política exterior como en su posicionamiento interno.
La división de Rusia revelaría cómo la superficie territorial no siempre se traduce en poder demográfico, pero sí en poder geoestratégico.
El Reino del Norte: una unión vikinga postmoderna
Un nuevo país nórdico, el Reino del Norte, agruparía a 13 países actuales. Desde Groenlandia hasta los países bálticos, pasando por Reino Unido y Escandinavia, este bloque tendría un potencial económico y tecnológico formidable. La capital podría situarse en la ciudad unificada de Copenhague-Malmö, reforzando su rol como centro de innovación europea.
Con territorios dispersos en el Atlántico Sur y el océano Índico, este país tendría una herencia colonial tangible, incluyendo islas como Tristán de Acuña, Diego García y Pitcairn.
Oriente Medio y el fin de los conflictos
Una de las transformaciones más profundas sería la creación de la Confederación de Oriente Medio, uniendo 15 países con religiones, culturas y conflictos históricos diversos. Judíos, musulmanes, cristianos, árabes, persas y kurdos vivirían bajo una misma administración.
La capital Lusail, en Catar, simbolizaría el intento de unificar una región fragmentada por siglos. Esta federación incluiría a Egipto, aunque sus vecinos del oeste formarían otro país: la República del Sahara. Allí, el centro político se ubicaría en Nueva Cartago, una ciudad planificada que rescata la gloria mediterránea de siglos pasados.
Los intocables: Canadá, Australia, China, EE.UU. y Brasil
Cinco países mantendrían su configuración actual debido a su tamaño, población o características geográficas:
- Canadá, con casi 10 millones de km², seguiría intacto
- Australia movería su capital a Alice Springs, en el centro del país, como símbolo de descentralización.
- Estados Unidos, por su escala política y económica, no podría fusionarse con ningún vecino.
- Brasil adoptaría el título de Imperio del Brasil y trasladaría su capital nuevamente a Río de Janeiro.
- China, incluso sin expandirse, seguiría siendo el segundo país más poblado del mundo.
Estos países mostrarían cómo ciertas potencias están diseñadas para resistir cualquier redistribución global.
La superpoblación del Sur Asiático y el retorno de Asia Central
El nuevo país Asia del Sur, que incluiría a India, Bangladés, Nepal, Sri Lanka, parte de Myanmar y otros países del sudeste asiático, concentraría a 1.800 millones de personas, es decir, casi el 24% de la población mundial.
Mientras tanto, los siete países cuyo nombre termina en stan formarían la República de Asia Central, con capital en Ashgabat. Su ciudad más poblada sería Karachi, y ofrecería una combinación única de recursos energéticos, posición geográfica y diversidad cultural.
La potencia marítima del Pacífico
Los Estados Federados del Pacífico serían una potencia marítima sin precedentes, con territorios en Japón, Filipinas, Indonesia, Oceanía y una reunificada Corea. Este país abarcaría 20 naciones actuales e incluiría una exclave interior: Mongolia, aislada entre China y Rusia.
Este nuevo país destacaría no solo por su posición geográfica estratégica sino también por su capacidad de innovación tecnológica, diversidad cultural y preservación medioambiental.
China sola, pero rodeada
A pesar de no fusionarse con ningún otro país, China seguiría siendo un gigante. Rodeada por cinco de los nuevos Estados, su frontera más estrecha estaría con el Imperio Ruso, en el macizo del Altái, a más de 4.000 metros de altura.
Su aislamiento administrativo no implicaría aislamiento económico: seguiría siendo una potencia comercial global, manteniendo relaciones estratégicas con todos sus vecinos.
Nueva Europa y la integración definitiva del continente
Nueva Europa integraría a 35 países actuales, incluyendo microestados como el Vaticano, Mónaco y San Marino. Con costas en tres mares y una capital probablemente en Bruselas o Berlín, eliminaría fronteras complejas como las enclaves de Baarle o la isla de los Faisanes.
Incluso territorios europeos fuera del continente, como Saint Martin en el Caribe, se integrarían en este superestado. Esta estructura marcaría el fin de siglos de fragmentación.
La Federación Caribeña y la reunificación histórica
La Federación del Caribe incluiría a México, Centroamérica, Colombia, Venezuela y las Antillas. Esta unión recordaría intentos históricos como la Federación de las Indias Occidentales. Su costa atlántica sería dominante, y su capital podría establecerse en Panamá o La Habana.
Además de potenciar su turismo y biodiversidad, esta federación reduciría la fragmentación política que limita su desarrollo económico actual.
África reorganizada en tres grandes bloques
El continente africano se dividiría en tres grandes países:
África Occidental o África del Atlántico
Integraría 20 países, con Lagos como ciudad más poblada. La extraña forma de Gambia desaparecería, y países como Burkina Faso tendrían finalmente acceso al mar.
República de Victoria
Heredera del lago que lleva su nombre, agruparía a Etiopía, Kenia, Uganda, Madagascar y varias islas del Índico. Sería una potencia atlética y biodiversa.
Confederación del Sur de África
Incluiría al Kalahari y a varios países del sur, con una capital en Zambezi, en la zona donde convergen Namibia, Zambia, Botsuana y Zimbabue.
Las Provincias Unidas de los Andes y el Cono Sur
Desde Quito hasta Tierra del Fuego, las Provincias Unidas del Sur revivirían el espíritu del Virreinato del Perú. Con Lima como capital, y Buenos Aires como ciudad más poblada, incluiría también territorios remotos como Rapa Nui o las islas Georgias.
Esta nueva nación podría equilibrar su desarrollo entre el Atlántico y el Pacífico, integrando diversas culturas andinas y criollas.
El último territorio: la República de la Antártida
Por último, la Antártida dejaría de ser un territorio sin soberanía para convertirse en un Estado. Su capital sería la ciudad del Polo Sur, y sería el país menos poblado, con una persona por cada 375,000 del sur de Asia.
Más que un país, este nuevo actor sería un símbolo del futuro climático y científico del planeta.
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